2008 será un año que difícilmente pueda olvidar Rafa Nadal. El tenista balear se ha coronado en las pistas de Roland Garros por cuarta vez consecutiva y se ha adjudicado los Masters Series de Montecarlo, Hamburgo y Toronto, triunfos todos ellos que no son una cuestión baladí, pero que a fuerza de repetirse un año tras otro han dejado de sorprendernos y nos parecen cosa menor. Sin embargo, esta ha sido la temporada en la que Nadal ha dado el definitivo salto de calidad.
Dos semanas después de levantar la Copa de los Mosqueteros, el manacorense osaba acabar con la hegemonía de Federer en lo que ya se conocía como "el jardín de su casa": Wimbledon. Por si fuera poco, Nadal culminaba un verano de ensueño colgándose la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Pekín, lo que le coronaba por fin, tras tres años y medio de persecución, como número 1 del mundo. A todo esto se pueden añadir todavía unos hipotéticos triunfos en el Masters Series de París y en la Copa Masters de Shangai, y sobre todo, la Copa Davis, cuya final deberá disputar junto con el resto del combinado nacional en Mar del Plata frente a la Argentina de Nalbandián y Del Potro.
El pasado viernes en el Teatro Campoamor de Oviedo, Rafa Nadal volvía a recoger un nuevo título, aunque esta vez se trataba de uno muy distinto a los que suele recibir: el Premio Príncipe de Asturias. Un premio que en palabras del propio Nadal es el mejor que puede obtener fuera de las pistas de tenis, y que le reconoce el valor que tiene no sólo dentro de las canchas sino también fuera de ellas. Y es que Nadal encarna en su figura valores tan importantes como la humildad, el espíritu de sacrificio o la sencillez, lo que le ha llevado a ser el ídolo y el referente de todos los niños, jóvenes y no tan jóvenes de España y buena parte del mundo. Gestos como el de alojarse en la Villa Olímpica en los Juegos junto al resto de deportistas o como el de no rechazar nunca las peticiones de los fans hacen que Nadal parezca más humano, una persona como cualquier otra que no se deja cegar por el esplendor que le rodea.
Todos estos valores no pasaron desapercibidos por supuesto para el jurado, ni tampoco para Ingrid Betancourt, que fue galardonada en la categoría de la Concordia y que fue probablemente el principal foco de atención de la entrega de premios. La colombiana pronunció un emotivo discurso sobre Nadal -de quien dijo haber escuchado las retransmisiones de sus partidos por la radio francesa mientras estaba secuestrada- que hicieron que el tenista balear tuviera que contener la emoción. Por su parte, haciendo gala de la humildad de la que hablábamos y del respeto que siente hacia su más enconado rival, el helvético Roger Federer, Nadal declaró que el suizo merece también recibir este galardón y que hubiera sido un honor compartirlo con él. Además, el balear tuvo también palabras de recuerdo para Severiano Ballesteros y su familia en estos momentos tan complicados.
Dos semanas después de levantar la Copa de los Mosqueteros, el manacorense osaba acabar con la hegemonía de Federer en lo que ya se conocía como "el jardín de su casa": Wimbledon. Por si fuera poco, Nadal culminaba un verano de ensueño colgándose la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Pekín, lo que le coronaba por fin, tras tres años y medio de persecución, como número 1 del mundo. A todo esto se pueden añadir todavía unos hipotéticos triunfos en el Masters Series de París y en la Copa Masters de Shangai, y sobre todo, la Copa Davis, cuya final deberá disputar junto con el resto del combinado nacional en Mar del Plata frente a la Argentina de Nalbandián y Del Potro.
El pasado viernes en el Teatro Campoamor de Oviedo, Rafa Nadal volvía a recoger un nuevo título, aunque esta vez se trataba de uno muy distinto a los que suele recibir: el Premio Príncipe de Asturias. Un premio que en palabras del propio Nadal es el mejor que puede obtener fuera de las pistas de tenis, y que le reconoce el valor que tiene no sólo dentro de las canchas sino también fuera de ellas. Y es que Nadal encarna en su figura valores tan importantes como la humildad, el espíritu de sacrificio o la sencillez, lo que le ha llevado a ser el ídolo y el referente de todos los niños, jóvenes y no tan jóvenes de España y buena parte del mundo. Gestos como el de alojarse en la Villa Olímpica en los Juegos junto al resto de deportistas o como el de no rechazar nunca las peticiones de los fans hacen que Nadal parezca más humano, una persona como cualquier otra que no se deja cegar por el esplendor que le rodea.
Todos estos valores no pasaron desapercibidos por supuesto para el jurado, ni tampoco para Ingrid Betancourt, que fue galardonada en la categoría de la Concordia y que fue probablemente el principal foco de atención de la entrega de premios. La colombiana pronunció un emotivo discurso sobre Nadal -de quien dijo haber escuchado las retransmisiones de sus partidos por la radio francesa mientras estaba secuestrada- que hicieron que el tenista balear tuviera que contener la emoción. Por su parte, haciendo gala de la humildad de la que hablábamos y del respeto que siente hacia su más enconado rival, el helvético Roger Federer, Nadal declaró que el suizo merece también recibir este galardón y que hubiera sido un honor compartirlo con él. Además, el balear tuvo también palabras de recuerdo para Severiano Ballesteros y su familia en estos momentos tan complicados.